Donde se esconden las sirenas – Capítulo I

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Me pierdo en el movimiento rítmico de las olas. Doy un paso más, estoy en la orilla, sintiendo el frío del agua rosar mis pies.

No pensé morir ahora, siempre había logrado esquivar la decisión de ponerle fin a mi vida. Y en mi lista, ni siquiera era una opción morir abogado.

Es que realmente no se puede. Hay una regla en falso allí. Por instinto, cuando ya no puedas respirar, intentarás encontrar aire. Y ahí el chiste del suicidio se acaba. Si mueres, lo harás intentando sobrevivir. Bastante contradictorio.

Pero aquí estoy: pensando en cómo acabar con mi existencia de la manera más simple posible. Quizá el hecho de que lo esté pensando demasiado, es un grito en silencio de que verdaderamente no quiero hacerlo. De que deseo ser salvado.

—Hola.

Me sobresalté al escuchar su voz. Fue como si le hablara directamente a mi alma. El silencio solo había sido quebrantado por las olas del mar, hasta que fui atravesado por su melodía.

—Me asustaste, le contesté con una sonrisa. Giré para mirarla. Mi corazón se detuvo.

Su sonrisa era la prueba de que la magia existía. Sus ojos verdes brillaban en la oscuridad como una eminente esperanza en el día más oscuro. Su cabello olía a primavera, haciendo que mi tieso rostro esboce una sonrisa a la fuerza. Quedé embobado ante su belleza.

—No quise asustarte, disculpa. Pensé que no había nadie. Iba a darme un chapuzón.

—¿A esta hora? —le pregunté asombrado. Haciendo cuenta recién que eran casi la una de la madrugada.

—¿No es la mejor hora? ¿No es lo que pensabas hacer tú también?

—De cierta manera —le contesté con tristeza, agachando la mirada.

—¿Qué haces aquí?

Su pregunta me tomó como agua fría. Su mirada me leía como a un libro abierto. Era como si ya supiera mis verdaderas intenciones.

—Vine con unos amigos a la playa. Nos quedamos en la casa que está aquí al frente —le respondí mientras señalé el lugar—. Pero la verdad el paseo no fue como lo esperaba…

—Tiene que ver con una chica, ¿verdad?

—¡Cómo lo sabes!

Estaba bastante sorprendido. Algo en su mirada empezó a darme miedo. Ya no había dulzura en su semblante, podía sentir cierta malicia en su sonrisa.


Puedes leer el segundo capítulo aquí: Donde se esconden las sirenas – Capítulo II

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