Dos de la mañana
Abrí los ojos y allí estaba ella. Las lágrimas no dejaban de resbalar por su rostro. Quería acercarme y abrazarla, pero aún me sentía muy débil. Echado en una cama de un hospital, me dolía hasta el dedo anular.
—Es mejor que te alejes de mí. Ahora que ya has comprobado que no es una absurda maldición, espero que no quieras seguir con esta locura —dijo Jhasla, temblando la voz.
Empecé a reír. Sus ojos verdes me fascinan.
—¡Deja de tomarte todo a la ligera! —exclamó con firmeza.
—Solo río porque me siento feliz. Qué importa si fui atropellado y me rompí algunos huesos. Si ese fue el precio por escuchar que estás enamorada de mí, créeme que valió la pena.
En el cuarto de hospital
El hechizo de Jhasla
Nunca olvidaré el día en que la conocí. No existen las coincidencias. Mi prima Luna, me invitó a su quinceañero, en un principio no pensaba asistir, pero al final terminé sediento a las presiones de mi madre, apelando al sentimentalismo de la fecha. Fue en esa fiesta, la primera vez en que nuestras miradas se cruzaron. Jhasla era la profesora de francés de mi prima. Bailamos toda la noche, nos divertimos. Pero cuando le pedí su número, no me lo quiso dar.
—No creo que sea buena idea volver a vernos —sentenció en voz baja.
Debo confesar que me demoré algunos segundos en asimilar su respuesta. Me había perdido en la carnosidad de sus labios, sus brillantes ojos verdes y su deslumbrante cabellera de color negro.
—¿Por qué no? Pensé que nos habíamos caído muy bien —contesté.
Quizá puedo estar exagerando, pero antes de escuchar la respuesta de Jhasla, empecé a sentir frío. Ese día no le di importancia, pero ahora, me pongo a pensar y puede que algo dentro de mí, quería prevenirme. Tal vez nunca debí mirarla a los ojos.
—Porque soy peligrosa.
Así acabó nuestra conversación. Sin decir más, partió. Se desvaneció entre la multitud, dejándome solo, fumando el último cigarrillo de la noche.
Como era obvio y propio de mi curiosidad, no me quedé tranquilo. No paré hasta dar con ella. Al principio se negó, pero terminé convenciéndola para salir, con la condición de que le jurara que solo tendría la intención de ser su amigo. Obviamente le mentí. Dicen que es malo hacerlo, pero también, que, en la guerra y el amor, todo se vale.
Varios cafés y algunos cuantos cigarrillos. Interminables y entretenidas pláticas. Distintas películas en el cine, largas caminatas por el parque, miles de mensajes, extensas llamadas y una noche de fiesta, fueron suficientes para enamorarnos.
Pero no todo era color de rosa. Ella tenía una razón muy fuerte para reprimir sus sentimientos hacia mí. Todos los días que la veía, me hacía jurarle que sería la última. Lo que sucede es que según Jhasla, está maldita. Lo sé, suena totalmente descabellado, pero al pasar el tiempo, poco a poco su historia se iba volviendo más verosímil.
El padre de Jhasla era un hechicero, de esos que adivinan el futuro y curan enfermedades…o las provocan. El punto es que, aunque suene perverso, se enamoró de su hija. Al principio parecía tan solo celos, no la dejaba frecuentar a ningún chico, ni tener amigos. Pero una noche, intentó poseerla a la fuerza. Afortunadamente no lo consiguió y fue a parar a la cárcel. Pero antes de ser condenado a varios años en prisión, en el juicio, le lanzó una maldición: «Tus labios no conocerán otros. Si besas a alguien, morirá. No habrá amor en tu corazón. Solo le traerás dolor, muerte y sufrimiento a la persona que se enamore de ti».
Ayer le dije a Jhasla que se olvidara de todo. Que cierre los ojos y que me bese. Uno no puede vivir con miedo, debe enfrentarlos por más difícil que parezcan.
—Te amo. Debes dejar de creer en esa estúpida maldición. Vamos, no puedes reprimir tus sentimientos. Dame la oportunidad de demostrarte que, por ti, soy capaz de revertir cualquier maleficio —dije, acariciando su rostro y sonriéndole dulcemente.
Me costó, pero conseguí que me diera un fuerte abrazo y que gritara a los cuatro vientos que me amaba. Desafortunadamente, antes de llegar a su casa, al cruzar la pista, un ebrio conductor casi nos quita la vida. Protegí a Jhasla, sirviéndole de escudo y saliendo bastante lastimado.
Tres de la mañana
—Será mejor que te vayas a descansar. Ya me has cuidado bastante.
—¡Estás loco! Mírame como estoy. Por poco y me muero pensando que todo lo que te ha pasado es por mi culpa. No me quiero separar de ti —dijo Jhasla, acercándose más a mí y sentándose a mi lado.
Me arrimé un poco para que estuviese más cómoda, y le dije:
—Este accidente ha sido pura coincidencia. Ya ves, estás enamorada de mí y sigo vivo.
—La maldición se sella con un beso —expresó con tristeza, dándome la espalda.
En la vida uno tiene que tomar decisiones. Tenía dos caminos, seguirle la misma cantaleta de todos los días o vulnerar las barreras y jugarme la vida por sus labios…Hice un esfuerzo, me senté rápidamente, la giré hacia a mí y la besé. Un corto y tierno beso.
—Aún sigo vivo —le dije con una sonrisa.
Jhasla empezó a llorar, no pudo contenerse más y se lanzó a mis brazos. El tiempo se congeló. Si pudiera describir este momento, afirmaría que nuestro beso fue eterno. Me sentía en las nubes y mi cuerpo temblaba. Era como si delicados choques eléctricos danzaran por todo mi cuerpo.
—Si muero…lo haré feliz —dije con mi particular sarcasmo.
—No seas tonto. Me quedaré toda la noche contigo. No me alejaré de ti hasta asegurarme que nada malo te pase.
Me moví un poco más, permitiéndole que se echara junto a mí. Una vez que lo hizo, la abracé.
—Nada malo me pasará. Mañana cuando despiertes, estaré a tu lado, abrazándote como ahora —le dije, unos segundos después de acariciar su cabello y darle un beso en la mejilla. Los ojos me pesaban. Estaba muy cansado. Lo mejor para ambos sería dormir. Dentro de unas horas amanecería y permanecería junto a ella. Entonces le diré, al ponerse el sol, que la amo y que nada ni nadie, nos va a separar.
Jhasla despertó a las siete de la mañana. Julián la seguía abrazando, tal como se lo prometió. La guapa mujer de ojos esmeralda no dudó en darle un beso en la boca a su amado para levantarlo. Los labios de Julián estaban fríos y sus ojos no se volvieron a abrir.
Un comentario
Pensé que la maldición se podía terminar, pobre Julian 😪