Aquellos besos que no di – Capítulo II

Compartir

Puedes leer el primer capítulo aquí: Aquellos besos que no di – Capítulo I


—Ya es tarde, Mario…otra vez. Es curioso y deprimente. Como si fuera el destino.

No le despegué la mirada. Ángela lucía preciosa. Me acerqué, levanté mi mano con timidez para sostener la suya, pero flaqueé. No me atreví.

—No te vayas.

Cerró los ojos como si mis palabras fuesen amargas. Quiso contener las lágrimas, pero el delirio fue más fuerte que el orgullo. Ángela empezó a llorar frente a mí.

—Nunca me habías dicho lo que sentías por mí, pero ahora parado como una estatua, sin que agregues más, puedo entenderlo. Estoy enfadada contigo, Mario. Vives en un bucle eterno de entregar el trabajo a última hora. Es como si fueras adicto a la incómoda sensación de estar por perderlo todo.

—Preferí vivir como un amigo a arriesgarme… siempre que he estado cerca de poder abrirme contigo has preferido entregarle tu corazón a otro.

—¿Ahora yo soy la culpable?

Quería decirle que “Sí”, que no era inocente. Pensaba que solo sentía amistad por mí, pero ahora en su mirada había una buena dosis de frustración y reclamo.

—¿Qué sientes por mí? —disparé a quemarropa, intentando hacer un jaque mate sorpresivo. Vi a Ángela agachar la cabeza, esquivarme como si quisiera mentirme—. Ya no tiene caso seguir dándole más vueltas al asunto. Quizá hoy sea nuestra última oportunidad de ser sinceros.

—Pensé que lo tenía claro, pero desde que casi nos besamos en el matrimonio de Ale y cuando supe que me iría a vivir a España, he estado pensando en ti de otra manera —respondió. Ángela me clavó los ojos como si se tratase de dos garras afiladas, sostenerle la mirada me dolía—. He pensado mucho en aquel beso que no nos dimos, creo que es la única manera de cerrar el círculo. —Se me cortó¬ la respiración cuando tomó de mi rostro, pude sentir la tibieza de su piel—: Bésame, Mario.

Después de ti

Mi celular sonó repetidas veces. Eran las nueve de la mañana de un domingo y no me provocaba atender. Pero el maldito aparato seguía sonando. La culpable: Ale.

—Por fin. No respondes los mensajes. En fin…ella quiere verte. Me ha pedido que te insista.

Me quedé en silencio por algunos segundos. Una llamada incómoda, pero tenía que afrontarla.

—Me alejé por el bien de todos. No pensé que regresaría tan pronto…

—Han pasado ocho meses, solo ha venido para celebrar navidad —me interrumpió.

—¿Quién es? —preguntó Laura sin abrir los ojos. Se veía hermosa, intentando no despertarse por completo. Nos habíamos dormido en la madrugada luego de una maratón de nuestra serie favorita.

—Una amiga, amor. —Regresé mi atención a Ale—. Hablemos otro día, la verdad estoy bien así. Gracias por llamar.

Colgué el teléfono y volví a dormir. Tiempo y determinación. Hace ocho meses Ángela y yo pusimos fin a nuestra historia con un beso. En mi mente había soñado tanto con ese momento, que lo había idealizado a un punto en el que cualquier escenario hubiera sido decepcionante. Ponerle un punto final a mi historia con Ángela me dio la paz necesaria para poder empezar una nueva. Lo finales felices son muy subjetivos y no todas las personas que conocemos serán parte de nuestra historia para siempre. Es importante aprender a decir adiós.

Autor

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *