Siento el frío del metal acariciar mi rostro, las ansias de verme estallar en un mar de sangre, me ahogan. Jamás pensé pintar de rojo mi última noche. El viejo revolver de mi padre, decidirá mi destino con un disparo. La pregunta principal para este acto, encasillado por muchos moralistas como cobarde, es el porqué de mi futuro juicio ¿Por qué acabar con mi vida? La maldita explicación del demonio que me llevó a refugiarme en la esquina de mi habitación; totalmente desnudo, aullando misericordia a Dios por estar a punto de volarme los sesos con una bala de calibre treinta y ocho. Quisiera cerrar los ojos y poder olvidar. Pero aún veo a ese mal nacido, riendo con demencia mientras me empotra contra la pared y me coge como a su puta de turno, a golpes, humillándome hasta el punto de hacerme vomitar mi hombría. Hace una semana perdí la confianza y fe en el mundo. Hace una semana fui violado por un hombre sin rostro que entró a robar a mi casa y solo se llevó mis ganas de vivir.
Bésame, Cereza
—¿Qué pasó, Cerecita? ¿Por qué estás llorando?
—El idiota de Pedro me terminó, es un cojudo. No le importo para nada. Me mandó al carajo porque le dije que hoy pensaba salir con mis amigas a tomar un café. Es muy celoso y posesivo. ¡Ya no quiero seguir así!
—Cere, no sé qué decirte…todos tus amigos ya te hemos advertido de ese tipo. Lo mejor que puedes hacer es salir con tus amigas como habías quedado, distraerte y tratar de no pensar en él.
—No, ya no quiero nada —me contestó mi amiga entre lágrimas, vencida. Su voz se escuchaba entrecortada, por más que teníamos buena señal para hablar.
—Sabes qué, no soporto escucharte así. En mi casa no habrá nadie esta noche, mis padres se han ido de paseo. Ven y quédate a dormir como cuando éramos niños, prometo comprar mucho helado, películas estúpidas y una buena botella de vino. No pienso hacer que la felicidad regrese a tu corazón en unas horas, pero sí que compartas tu tristeza conmigo. ¿Qué dices?
Horas antes de que un maldito acabara con mi dignidad, disfrutaba de una copa de vino con la mujer que había amado en secreto desde que tenía diez años. Karina Montes, Cereza para los amigos, es la ninfa que acaricia mis sueños con su belleza, con la añorada escena de besar sus labios. Si tan solo hubiese tenido el coraje de ir tras ella esa noche, otra sería mi historia.
—¡No le contestes! ¡Vamos, Cereza! No seas tonta.
Karina agachó la mirada y salió de mi habitación para atender la llamada. Al diablo las horas que habíamos pasado juntos. La promesa que me hizo hace diez minutos de olvidar a Pedro para siempre, había sido palabrería pura. Seguro una miserable brisa de coraje tras la segunda copa de vino.
—Pedro está viniendo a recogerme —sentenció la mujer que amo, rompiéndome el corazón sin sospechar de su crimen.
—No hay palabras para describir lo equivocada que estás…
Mi oración no le hizo nada de gracia a mi amiga, su mirada empezó a echar chispas, disparándome su enojo a quemarropa.
—¡Se supone que deberías apoyarme! ¿No eres mi mejor amigo?
En esos veinte minutos que Karina se había tardado hablando con Pedro, me había tomado tres copas de vino sin parar, ahogándome en el dulce sabor de mis penas. No estaba ebrio, sin embargo, ese mecanismo que usualmente impide que le confiese mi amor a Cereza, se había apagado.
—No me conformo con tu amistad —anuncié sin darle la cara.
—¿A qué te refieres? —preguntó mi buena amiga después de tomarse algunos segundos, letales para la agonía que me carcomía.
—Estoy enamorado de ti, Karina. Te he amado desde que te conocí. No soporto que sigas con el infeliz de Pedro porque sé que no te hace feliz. Daría todo por ser yo el hombre que sea dueño de cada suspiro tuyo, de tus labios…Ya no puedo seguir así, fingiendo que puedo ser solo un amigo, cuando por dentro, mi alma no hace más que destilar amor por ti —expresé entre lágrimas, acercándome cada vez más a ella. Quería besarla. Alcanzar el cielo con la miel de sus labios. Hacerle ver con esa muestra de amor, que puedo ser yo su príncipe azul.
Puedes leer el primer capítulo aquí: Morir desnudo – Capítulo II